Hace unos días, en un programa de televisión, un paremiólogo (especialista en refranes) indicaba cómo, en una sociedad como la nuestra, la sabiduría popular relacionada con la meteorología se ha ido perdiendo. Para nosotros, la meteorología ya no está vinculada a una actividad económica como el cultivo del campo, sino al ocio o, simplemente, a la predicción de las incidencias del tráfico, siempre en un plazo muy corto.
De los muchos refranes climatológicos que posee el castellano peninsular, el más conocido es sin duda este de "En abril, aguas mil", que los hombres de ciudad solemos considerar aviso de mal tiempo, como otro parecido: "Marzo ventoso y abril lluvioso hacen de mayo florido y hermoso". Y, sin embargo, estoy seguro de que para los hombres del campo no hacía falta señalar algo tan evidente como la necesidad de las lluvias primaverales.
No es sólo la lluvia lo que hace acuoso a abril. Si consultamos las estadísticas meteorológicas, es posible que notemos que en abril llueve mucho menos que en mayo. Pero es el mes en que se invierte la tendencia. En muchos lugares deja de nevar y comienza a llover; en otros, las lluvias se ven acompañadas del deshielo, que desata los ríos en torrentes.
Abril es el mes de la primavera, estación cuyo comienzo suele marcarse tradicionalmente por la festividad de San José (finales de marzo) o la Pascua Florida (finales de marzo o comienzos de abril). Y, por tanto es, como Mayo, un mes vinculado al resurgimiento y, en cierto modo, al amor.
(Vea el artículo original en: porsanblaslacigüeñaverás.blogspot.com)